Lisandro Enrique

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Valencia

Valencia

Emprender un viaje de nuevo. Después de... 4 días? Ya no recuerdo los días que estuve en esta ciudad y donde me reencontré con mi amiga Noe. 

Años sin vernos, abrazarla fue recordar cuánto disfrutaba de su compañía. Ahora ya con una familia formada, siempre hay cambios en las vidas de las personas pero no siempre las personas cambian. Y eso es bueno. 

El hecho de haber pasado desde la casa de un conocido de Córdoba  a la otra de una vieja amiga con familia y el sonido de la voz y las risas ya familiares hicieron que olvidara de alguna manera que ya no estaba en España. No cuesta demasiado acostumbrarse a lo que nos hace sentir cómodos, las tonadas, palabras utilizadas, ironías y formas de pensar. Lo necesitamos por momentos. Todo este tiempo he estado solo de alguna manera (acompañado pero con muchos momentos de estar solamente conmigo)

Marco, el esposo de mi amiga me recibió en la estación de Omnibus de Valencia con un cartel a mi nombre escrito en fibron negro sobre un Currículum Vitae tras un abrazo fuerte, a los segundos rompió en mil pedazos ese papel al grito de: "Esto ya no es necesario! No lo voy a necesitar más!" Su cara de alegría era notable y yo exclamé: "¿Eh! Qué pasó?!" A lo que respondió que acababa de firmar un contrato para tener su propio Bar. Me alegré mucho y lo abracé de nuevo. Nada puede superar la alegría de conseguir lo que deseas y concretar parte de tus sueños. Y que esos sean también la tranquilidad de sostener a tu familia y sentirte útil. 

Hablamos en el Camino de lo que significaba tener un Bar aquí en España, de sus experiencias en el rubro y de todo lo que haría. Su entusiasmo era contagioso a pesar de que solo lo había visto 5 minutos muchos años atrás y ni siquiera recordaba su nombre. Marco. Portugués. Piolazo como decimos los cordobeses. Guay como dicen los españoles. No sé cómo lo dicen los Portugueses. 

Nos fuimos hasta su casa y abracé a mi amiga fuerte cuando la vi. Quisimos hacerle la broma de que Marco no me había encontrado pero Noe ya me conoce demasiado y sabía que me estaba escondido en el pallier. Ya era de noche y las risas y gritos me hicieron saber que no había problemas con el volumen de la voz: aquí todo el mundo habla en voz baja. Risas, alegría de encontramos y la misma forma de hablar hicieron que me sintiera cómodo inmediatamente. Y la mesa preparada.

4 días de mesa lista con comida casera en demasiada abundancia que se transformaban en lugar de charlas y reunión. Desayuno, almuerzo, merienda y cena. La excusa perfecta para ponernos al día con todo de nuestras vidas sin tantos años de vernos. Ni siquiera sentía la necesidad de salir a ver la ciudad por momentos...

Saber y entender. Ponerse  en el lugar del otro y comprender las decisiones que lo llevaron a su presente es sin dudas un recordatorio de porque hemos tomado las las propias y que tan dispuestos estamos a perder (o dejar atrás) algunas cosas por simplemente conseguir o sentir otras. 

No debe ser fácil dejar un país atrás. Una familia. Un entorno. No debe serlo. Para algunos es más difícil que para otros. Todavía recuerdo el día (y me hace compréndelo hoy) en que mi madre despedía a mi tío que se iba a vivir a Suiza. No paraba de llorar y yo, con bastantes años menos no comprendía demasiado el concepto de "distancia" en lo que a separación física significa. Para mí no era tan complicado: se iba a otro país, pero se iban a poder seguir viendo cada tanto e iba a estar bien. 

"No es tan simple, vos no entendés Lisandro" respondió mi Madre entre llantos en la vereda de la casa de mis abuelos. 

Hoy quizás lo entiendo mejor. No por mi historia en sí, sino por lo que uno va escuchando y compartiendo en un viaje. Simplemente no puede ser indiferente al sentimiento de desarraigo por más que para algunos el "irse" no sea tan doloroso como para otros. 

Entre comidas caseras (la "Italianidad" de mi amiga Noe se hace notar en la comida) vinos blancos italianos y algún que otro tinto, las charlas fueron el centro de nuestro encuentro. Y cuando caminábamos por la ciudad, nos adelantábamos del resto de la familia y seguíamos compartiendo lo que nos pasaba, lo que nos gustaría, y que nos había llevado a este presente. Varios años sin vernos es bastante agua bajo el puente como reza el dicho. 

Valencia es una hermosa ciudad también (no la recorrí demasiado por lo arriba expuesto) pero me sentí cómodo con su aire y espacios. Además tiene mar y siempre es linda una ciudad con Mar y arena.

Fue un encuentro "personal" estos días. Fue volver a recordar a personas que ya no están en nuestras vidas de alguna manera y entender a la distancia del porqué de eso, con una visión más clara de todo. La distancia del tiempo es un cristal pulido que permite ver todo más claro. También fue hablar de las historias inmediatas desde otro lugar y darme cuenta de lo mismo: el porqué del presente. El reprocharme algunas cosas pero, como dice Sabina en la canción Entre dos camas vacías: "cada vez que me confieso me doy la absolución"

Creo que es lo más sano. Perdonarse. Pero sin antes pasar por el proceso de dolor interno que produce haberse dado cuenta de todo lo que llevó a eso. 

El último día decidí ir solo a caminar y llegarme hasta el Parque de la Ciencias de Valencia, un conjunto arquitectónico de diseño orgánico blanco que como grandes naves espaciales toman por asalto un sector de la ciudad donde los visitantes quedan como pequeñas piezas de ese entorno lleno de hierro, cristales y agua. Hermoso. Desafiante. Hipnótico también. Si les gusta la arquitectura y el diseño este es el lugar que deberían visitar de venir a Valencia. 

Caminé por varios kilómetros la ciudad al lado de un viejo río seco hoy convertido en parque donde la gente disfrutaba de un día feriado por San Vicente del sol con actividades al aire libre, tirados al sol en el pasto y con la compañía de sus perros corriendo buscando la pelota que tiraban. Algunos en bicicletas, otros corriendo otros simplemente como yo caminando en silencio solos disfrutando de una ciudad en silencio un día lunes. Mañana ya debía dejar esta ciudad. 

Al regresar de la Ciudad de las Artes y Ciencias decidí desviarme y me crucé con el desfiles de las Fallas con sus Falleras en su vestimenta típica de Valencia: bellísimos vestidos con encajes, brocattos, peinados y sonrisas enormes en sus caras acompañadas por algunos hombres vestidos típicamente para la ocasión. Es hermoso ver todo esto. Las tradiciones son algo que me encanta observar y las siento como si fuesen parte mía de siempre. 

Ya era momento de volver. Un sándwich acompañado por un agua de manzana verde sentado viendo la gente pasar fueron el almuerzo. Decidí buscar el camino conocido para encontrarme con mi amiga en su negocio. 

Más tarde sería la última cena juntos. En familia. Los últimos abrazos de Maxi, el pequeño hijo de mi amiga, y los últimos berrinches también. Preparar todo y dormir. El camino a Barcelona me esperaba a la mañana siguiente, nuevamente en una ruta desconocida por personas que ya no serían familiares. 

El viaje sigue.